Esto me pasa por Malamadrear





 Malamadre: dícese de aquella madre que no solo abandona su rol con total alevosía sino que encima disfruta horrores haciéndolo. Esa era yo hace un par de días: me iba de cena con mis amigas y antes, ¡de rebajas!. Todo un acontecimiento de importancia planetaria (...para mi). 

 Pero cual Mari Pili ochentera, a la vuelta de la esquina me esperaba el terror en el hipermercado, el horror en el ultramarinos y la hecatombre en el probador.


 Vamos a ver, vamos a ver... que para entender esta situación traumática donde las haya primero hay que situarse. Mujer blanca y arrejuntada busca...cualquier posibilidad por apurada que sea de escapar a su cruel destino de trabajadora y madre full time, y cuando digo full time quiero decir que para bajar la basura tengo que empaquetar a los dos churumbeles (y a la basura) y llevármelos a cuestas. ¿Sí? ¿Capisci? Veo que no del todo, os lo explico...

 Os cuento un día normal. Según llega la voluntariosa mujer que me ayuda en casa tiro escopetada para la plantación de algodón oficina, en la que estoy hasta que salgo para recoger a los rorros de la guardería, muchas veces sin comer; y ahí empieza lo bueno porque todo tiene que ser con ellos. ¿Y qué es "todo"? Pues súper y paseos, "todo" en mi caso es bien poco. Nada de ir al médico (tengo pendientes dentista, cardiólogo, ginecólogo y otorrino, ole y ole), de llevar el coche a arreglar/limpiar, de recoger cartas en correos o de hacer vida social con alguien que no sea de muchíiiiisima confianza barra otra madre con niños pequeños. De ir de rebajas o simplemente hacer ejercicio ni hablamos. La cuestiones estéticas tipo depilaciones y limpiezas de cutis son un vago recuerdo de vidas pasadas y el flequillo se apaña con las tijeras de la cocina, ¿cuál es el problema??

 Visto el panorama es de entender que según el padre aterriza en Estacasa la madre salga pitando. Ser yo misma otra vez es la consigna, aunque solo sea un ratito. O al menos tener la intención, porque mucho de ese tiempo valioso como el oro lo empleo en trabajar, y encima me siento bien, ya digo que la alienación patronal que arrastro es para hacérmela mirar. Porque tengo una tarde ¿y qué? si en la pelu no me dan cita, ni en el médico, ni en el taller, y en El Corte Inglés me aturullo, será la falta de costumbre. Sin embargo la oficina siempre está ahí dispuesta a recibirme con los brazos abiertos y soy un animalito de costumbres (...chungas, pero qué le voy a hacer). Muy triste todo.

 Sin embargo esa tarde no. Esa tarde tenía un hueco entre las seis y las ocho para comprarme un par de vestidos, un par de blusas, unos zapatos negros y una chaqueta de entretiempo en plan comodín (ya sabeis, color sosete, ni muy formal ni muy destroyer y ligera pero impermeable...) ¡Ningún problema! Los tiempos en los que recorría Coruña en busca de un bolso quedaron atrás: ahora los criterios son sólo dos: 1º) si me cabe y 2º) si entra en el presupuesto... y a correr, para lo que hemos quedao. Intentaría mirar también un collar y unos pendientes, que a las ocho iba de cenita y me apetecía estrenar. Es mi lema, ante todo, ¡optimismo! 

 Y así, como una yonki que necesita su dosis de estrés para vivir, me planté en el sancta santorum de las compras en mi zona: el Outlet de Culleredo.

 La cantidad de cosas que quería mirarme y el poquísimo tiempo me hiceron tomar la inteligente decisión de centrarme en una sola: los vestidos. Consecuente con mis decisiones, lo primero que me compro es una blusa, vamos bien. Pero volvamos a los vestidos, en la primera tienda no triunfo pero en la segunda me planto con unos cuantos en el probador. Alguno no era mi talla, no la encontré pero ¿quién no se probó una talla más o menos esperando que fuese la correcta? Y es que además a saber cuál es la correcta, lo de las tallas es un cachondeo, y blablabla.. Queridos todos: NO lo hagais. Lo coges en las manos y esa NO es tu talla, diga lo que diga la etiqueta  


No te sirve...¡y lo sabes!




  Si encima la etiqueta ya te dice que nanai probarlo es tontería pero es tan mono...y allá que vas. La fase depresión postparto ya la tienes superada, con lo que los traumas físicos reflejados en el espejo tras dos embarazos+dos cesáreas consecutivas ya no te afectan. Tú hoy estás pletórica, que te vas de rebajas y luego de cenita con las amigas; estás feliz y a lo tuyo, que es renovar el vestuario. Te pruebas unos cuantos que por haches o bes no son para ti pero el siguiente sí; es pequeño y te aprieta pero te gusta, es mono y está bien de precio. ¡Eureka! ese sí, a ver si hay suerte y hay una talla más. Te lo vas a quitar para seguir probando pero el cabrón no sale.

 No sale.

 Ok, estás empanada, es que quieres quitártelo por la cabeza y tiene que ser por los pies (o al revés, nunca me aclaré bien con eso, como Carolina). Pruebas por la cabeza y no pasa de los sobacos, pruebas por los pies y no pasa de las caderas. Que no sale, vamos.

 Empiezas a agobiarte porque hace calorón además en el p..to probador. Y vas con cuidadito dando tironcitos a la prenda, al límite del desgarrón pero desde el cariño todo, y no hay manera, no se mueve. No es elástico, es de buen tejido además, con cuerpo y un forro que se pega como un tatuaje. Sacas los brazos, metes los brazos, metes barriga hasta tocar la espalda con el ombligo, planchas las lorzas pero el rollo de tela no sube de las lolas ni baja de las caderas. Que no sale, y punto.


 Has estudiado una carrera, te ganas las lentejas tú solita desde ni se sabe y tiras p'alante con dos churumbeles. Estás capacitada para quitarte un vestido que además te pusiste sin ningún problema.Tienes que PODER SACARTELO, por pura lógica. Piensas: tengo que hacer el camino al revés. Y lo haces...otra vez. Y no sale. Si hay algún científico en la sala que me lo explique, no-sa-le.

 Llevas veinte minutos en el probador en guerra con el p..to vestido. Roja como un pimiento, los churretes de sudor te pegan el pelo a la nuca y la sangre de los brazos se acumula en un vano esfuerzo de tirar para arriba por el amasijo de tela. Decides tomarte un tiempo muerto y estudiar tus opciones. Plan A: llamar a tu santo y que se persone en la tienda con los dos toretes para que te libre de tu pesadilla o plan B: componer la figura y salir del probador con cara de póker a abonar el vestido que llevas puesto, convenciendo a la vendedora de que te gusta tanto que no quieres quitártelo ni para pagar. Visualizas la escena de tu espalda sobre el mostrador mientras la dependienta dispara a la etiqueta con el rayo láser, a la vez que comprueba que si trabajas atendiendo público nunca puedes decir que ya lo has visto todo, y decides que mal por mal, mejor la opción A. Pero como tampoco quieres que tu santo, un amante de las tiendas como todos los hombres, (y más aún cuando en la tele sólo dan las olimpiadas y chorradas así) te ponga una vela negra como la bruja Lola decides intentarlo de nuevo. 

 Y ahí, en un nuevo combate cuerpo a cuerpo descubres que la puñetera cremallera no estaba abierta del todo, parece que está atascada pero que tiene más recorrido...serán dos centímetros como mucho pero síiiiiiiiiii!! seguro que es eso!!!! Y tras unos cuantos intentos vences el atasco y la bajas del todo. No sabes si reir o llorar, te has dislocado el brazo en el empeño pero de verdad que con la tarde que llevas es un mal menor. Tiras por el vestido...y el muy cabrón no sale. Ni así. Esto ya empieza a ser cruel.

 Te desesperas, tienes ganas de llorar, y son las siete y veinte, llevas media hora en el probador. Finalmente te agachas culo en pompa y pruebas a tirar del vestido hacia abajo para sacarlo por la cabeza, porque tus brazos están hechos puré y la sangre no circula por ellos si no es hacia abajo. Te ves de reojo en el espejo y estás para que te graben. Pero se obra el milagro, y el puñetero vestido sale, por fin, de tu cuerpo. Miras atónita tu reflejo en el espejo con el vestido-agonía en la mano, que penica das por favor...

 Y te vas de la tienda...no sin antes comprarte el mismo vestido en la talla más por supuesto, que a masoca no te gana nadie. Y que conste que la talla siguiente te va grande, manda Jones. 

 Eso sí, para la cena te pones los vaqueros de siempre, los megaelásticos, que por hoy ya tuviste bastante.





Comentarios

  1. Yo cuando entro en el probador siempre sudo, menos en mango que tienen el aire acondicionado s tope!!!!!!

    ResponderEliminar
  2. ¡Bien por Mango! La paciencia la perdí...varias veces. ¡Qué pesadilla!

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Un blog se nutre de tus comentarios