¿Soy una buena madre?




 Estoy de vacaciones, disfruto de un día que me quedaba pendiente y que pillo una fecha cualquiera con el fin de no perderlo. Las madres nunca hacemos eso, fijamos nuestros días libres según las vacaciones escolares y las enfermedades de nuestros hijos, con mayor o menor presión en función de la permisividad de nuestros jefes y de la buena voluntad de los compañeros, en su mayoría también padres. Pero tengo un único día que no pude gastar el año pasado y que atesoro en mi cerebro con ilusión porque será el día de vacaciones reales que tendré, con niños en el cole y el papá trabajando, y lo que eso significa: tiempo para mi, para mi: para dormir hasta tarde, para tocarme las narices, para ir de rebajas, para estar sola, para no hablar ni que me hablen, para no decidir sobre nada, para pensar, para no encargarme de ningún recado pendiente, para no hacer nada...

 Esa era la idea, y esta fue la realidad. 

 Desde la tarde anterior tuve dolor de cabeza. Muy ligero, no me tomé ni un ibuprofeno, pero ahí estuvo. Me acuesto y duermo bien pero despierto con el martillo pilón indicativo de la jaqueca, aún muy soportable. Con todo, feliz por mi día libre, me ofrezco a llevar a los nenes para que mi santo, convaleciente de la gripe, pueda descansar. Porque sí, vale, era el día para mi, para no hacer nada, al menos hasta que volvieran los nenes del cole, pero es que soy la mejor pareja del mundo mundial...Tampoco está escrito en la Constitución que los tenga que llevar él pero mi cabeza registra un apunte al debe conyugal y disfruta pensando en lo bien que me quedará la medalla en la pechera: soy guay y le hago un favor. Y me levanto animada y me ducho con calma, porque yo lo valgo y porque estoy de vacaciones y no aprieta el reloj del autobús que se va. Cuando me pongo con los nenes vamos ya un pelín justos. Moreno refunfuña como todas las mañanas porque es dormilón pero Rubito se levanta directamente con el modo porculero on.

 -Venga que hay que ir al cole- digo yo, con voz cantarina- ¡no! -vamos cariño- ¡no! ¡cole no! - Venga que te pongo la camiseta- ¡no! ¡seta no! ¡no tero!- con los decibelios acordes con su empecinamiento. 

 El resto lo podeis imaginar: casonsillo no, patalón no, tetines no... con mucho grito, mucha lágrima y mucha pataleta, mientras su hermano se sentaba en el trono con toda su desesperante cachaza y pregonaba sin misericordia las incidencias del lance: mamaaaá hise piiiis, mamaaaá hise paaaas, mamá me duele el culo, mamaaaá ven, ¡Mamaaaá! Para cuando llegamos a los zapatos mi nivel de ira era ya colosal y se iba desbordando.

 Aún la contenía en límites comprensibles, a duras penas pero sí, aunque ya torcía el gesto y mascullaba en voz baja un sinfín de amenazas y órdenes torvas: ¡¡espabila!! ¡¡mueve el culo!! ¡cállate la boca que me tienes harta, harta!, ¡todas las mañanas igual! ¡cuando no es uno, es otro! ¡ponte los zapatos y cállate ya! acompañando cada una con tirones de brazos, empujones y un montón de malos modos. Mi Rubio, por supuesto, se negaba a calzarse llorando a grito pelao. Le planto frente a su cara la mía a punto de estallar y corre a calzarse, hipando pero bajando los chillidos y fue ahí, justo ahí, una vez que por fin empezaba a mejorar el desastre cuando una chorrada me hizo perder los estribos. El nene se acercó con el velcro sin pegar. ¡¡Que te ates los zapatos!! -¡no!- hip hip - ¡no tero!  Y perdí la calma y le pegué unos azotes. 

 Y seguí, cuesta a bajo y sin frenos,a gritos sotovoce que acojonan más aún porque sale una voz como de bruja de caverna, como de sargento mayor que amenaza al oído de un marine un sinfín de terrores sin que el resto lo escuchen. Una mierda vaya. Mochilas lanzadas al vuelo, chaquetones en el suelo que se ponen con la técnica aprendida en la guardería, y caritas arrasada en lágrimas una y ansiosa otra repitiendo en letanía Moreno sí, mami, yo sí, ¿sí mami? ¿a que sí? Y yo contando hasta doscientos mil para que no se me escape la mano con él también ¿Por qué no se callan? ¿¿Por qué?? 


Foto de Steve Ody para Unsplash


 Camino del cole el día oscuro y frío y sobre todo el bendito silencio hacen su magia y me agacho a abrazarlos. Son muy buenos, no abrigan ningún rencor, no hay rechazo. Repartimos besos y caricias a tutiplén y todo vuelve a su ser. Ya en el comedor, somos los últimos de filipinas pues todos los niños están jugando y las mesas están recogidas. Venís muy tarde, hay que llegar antes eh!- me disculpo con la encargada con humildad y sonrisas que no siento y me voy al médico a por recetas...

 Porque sí, es cierto, era el día para mi sin hacer nada útil, pero solo este recadito tenía que hacerlo, uno solo, si no a ver cuando pillaba las recetas... En la sala de espera rumio sobre lo acontecido y me tiro casi una hora. Finalmente ¡por fin! voy a desayunar como había planeado, en la cafetería que me gusta, las tostadas que me molan, y con todas las revistas disponibles para mi.

 Y no disfruto una mierda. Y me siento mal.

 Me siento una arpía, quiero volver a abrazarlos. Pienso en la amabilidad que gasto con extraños, con clientes, con los empleados del súper, con tanta gente que me cruzo a diario y que no me importa nada. La generosidad de mis niños no durará para siempre, en unos años no tendré carta blanca para ejercer mi autoridad sin sufrir su rechazo y su rencor. Y me prometo a mi misma hacerlo mucho mejor en adelante, me prometo que no volverá a ocurrir. Leo en el móvil todo lo que encuentro sobre el tema castigos y rabietas, que hay muchísimo escrito. Pillo un par de ideas que me parecen francamente útiles (las únicas que me lo parecen, de hecho), y con el propósito de enmienda en la cabeza tiro para casa, directa a la cama. Ni rebajas, ni paseo, ni nada en realidad, solo pensaba en doparme y acostarme.

 Al llegar el portero estaba limpiando el portal. Me pide por favor que espere unos minutos para que haga efecto no sé qué producto. Es un hombre muy amable y yo estoy de vacaciones, no tengo prisa... Opto por hacer la compra, siempre hay cosas que se necesitan y ya puestos a esperar... Ya en casa me chuto, recojo las bolsas y me acuesto junto al papá que también dormita, realmente el mejor rato de la mañana.

 Después me levanto y me pongo con la comida, mientras mi hombre tira de herramientas para resolver bricolajes varios porque esta casa sigue siendo una ruina como ya os conté. De paso menciona una o dos cosas que se rompen por lo mal que las manejo, sugiriendo otra forma más correcta de interactuar con los respectivos cachivaches. En microsegundos me visualizo, cocinando para los dos en MI día, llevando a los nenes al cole y llendo a comprar, y antes de que la ira se apodere nuevamente de mi y la tengamos aplico la primera idea útil leída esta tarde: tomo conciencia de mi estado de ánimo y le pido que deje las aclaraciones para otro día. Insisto en que hoy no quiero tener esta conversación. Y nos callamos, los dos, cada uno en sus quehaceres. Comemos tranquilos y nos despedimos: él va a trabajar, yo a por los nenes, dispuesta a redimirme y ser una buena madre.

 Me ven y corren hacia mi alborozados, nunca puedo recogerlos y la novedad nos pone a los tres muy contentos. Decido quedarnos por la calle y compensarlos, ¡vamos al parque! Ocurre que nunca lo hacen tras el cole, siempre se van derechos a casa porque los recoge su cuidadora y al cambiar el itinerario tenemos crisis: el Moreno quiere ir por el camino habitual. Primeros gritos en la calle, primeros llantos. Tras mucho razonar y esperar pacientemente nos ponemos en camino, vamos a un parque conocido pero por calles diferentes porque partimos desde el colegio. Uno quiere correr y soltarse, otro se detiene en cada escaparate, ninguno está conforme y las perretas se suceden en distinta intensidad, pero lo solvento bien. Realmente no solvento nada, lo que hago es ser paciente y mantener el tipo. 

 En el parque todo fluye, alguna pelea entre ellos pero nada reseñable. Eso sí, nada es perfecto en mi vida yyy... me cagó una gaviota. Al menos fue en el plumas y no en la cabeza, juro que fue lo que pensé, no sé si por el rollo zen que estaba entrenando o el efecto del dopaje migrañil. Ya de vuelta, el plan era parar en el súper a por botellitas de agua para sus meriendas y luego tomarme un café, que para ellos se traduce en sumo y patatitas. Solo que cometí el error de mencionárselo y la rabieta monumental corrió a cargo del Moreno esta vez. ¿El motivo? pasar de largo ante una cafetería determinada. ¿Por qué? no sé, supongo que los llevará el papá. No me servía esa, al lado del súper hay una con muchos artilugios de los que funcionan con un euro en los que se entretendrían mientras yo tomaría café sin estrés. Y además, no acabo de ver como solución a las rabietas ceder a todas y cada una de sus peticiones como plantean muchos "expertos", salvo las que conllevan peligro físico. Así que sufrimos una nueva crisis que capeé como pude. Creo que lo hice bien, pero invertimos en un caminito de diez minutos una media hora, si no más. Eso sí, cero gritos, cero castigo físico, cero amenazas. Solamente paciencia a raudales, instrucciones claras y tiempo. Mucho tiempo.

 Antes de llegar, encontramos un bar chulo de esos con zona infantil y me animo a probar. Tampoco querían entrar en este, de hecho mi mayor quedó fuera chillando, pero al ver a su hermano con los bloques de construcción entró y se consoló enseguida. Lo felicito, lo abrazo, nos damos muchos besos y somos amigos de nuevo. En la cafetería suena lonely teadrops y el Morenito y yo bailamos cogidos de las dos manos mientras la camarera nos trae el piscolabis. Más bipolares, imposible.


 Ellos juegan tranquilos y colaborando, lo que me pinta una sonrisa en la cara y esta es de verdad. Mi chiquitín escoge los bloques y el mayor construye un inossaurio en el que efectivamente se reconocen la cabeza y la cola. Charlan entre ellos, se dan instrucciones, se admiran de su logro y le cuentan su alegría al mundo. Los parroquianos les sonríen benévolos y continúan a lo suyo, hay dos parejas mayores jugando a las cartas y un "chaval" de mi edad leyendo el periódico. Yo tengo lectura también, pero la dejo para escuchar la música excelente que suena y contemplar el panorama. Es un establecimiento pequeño decorado con aire retro, mezclando piezas de los ochenta con mobiliario más antiguo. Hay una caja de nintendo, una tele de tubo con antenas y un transistor igualito al que teníamos cuando era pequeña. Aretha termina su canción y arranca Wilson Pickets y no me corto, canturreo y doy golpecitos con los pies. Que me falta un fiestón o varios es una verdad como un templo, está clarísimo. Y que es el mejor rato de la tarde, también.

 Salimos sin grandes dificultades, empleando eso sí una eternidad en soltar todos los juguetes, recoger y ponernos los chaquetones. Ya en el súper, lidiamos con sendos carritos para transportar una botellita de agua en cada uno mientras recogemos lo que van tirando por los pasillos. Dejan las carreras por fin, pagamos y ya en casa nos disponemos a ver la tele, el momento de gloria por antonomasia que se retrasa porque mi pequeño se hace pis. Lo mudo y se quedan en la tele. Leo un rato y me quedo frita. Me despierta el Rubio, sudadito y acongojado porque se volvió a mear. Deduzco que también se durmió y lo meto en la bañera sin lugar a negociación porque no queda otra. Ultimamente odia bañarse y nuevamente grita como si lo matasen. Empeñada en no perder los nervios, aplico la técnica aprendida esta mañana y lo consigo. Ni un grito sale de mi boca, ni un mal gesto. Todo paciencia y rectitud, lo corrijo según me va dejando su rabieta y finalmente en mis rodillas, abrazado y entre hipidos, se calma. Le dejo escoger qué ponerse y decide ir sin casonsillos ni tetines pero con pantalones. Y desde luego empleamos en la escena una hora tranquilamente, si no más.

 Cenamos, jugamos un rato y se acuestan sin excesivo ruído. Y yo me siento a escribir. Estoy mucho mejor que por la mañana; entonces me sentía avergonzada y ahora al contrario, me felicito por mi actitud. Y tengo claro que no quiero perder los papeles como lo hice pero también me pregunto si solo podré ser buena madre cuando pueda vivir sin horario, no me duela la cabeza y pueda cambiar de plan sin ningún problema. 

Foto de Iván Karasev para Unsplash


 Porque todo lo que leí condena el castigo físico a cualquier nivel como el delito que es desde el 2007 creo, y  recomienda en primer lugar evitar los lugares y situaciones que puedan provocar una rabieta. Me pregunto con toda humildad cómo se hace eso. Hoy mi Rubio entró en cólera en dos ocasiones, al vestirse y al bañarlo, y mi Moreno otras dos. Eso solo los tsunamis, las minirrabietas dan para un libro y ya llevo un post kilométrico...

 Lo que me planteo en definitiva es que sí, que esta tarde lo hice bien pero me costó esfuerzo. Bastante esfuerzo. Y entonces ¿de verdad que ese es el estándar, lo normal y no un alarde de paciencia y virtud? ¿Aunque el resto del mundo que te rodea también te toque los ovarios? ¿Aunque hayas dormido poco, tengas preocupaciones, o un disgusto? Tengo claro que es lo que mis hijos merecen y lo mejor que puedo hacer por ellos. El esfuerzo merece la pena, desde luego, pero es un tremendo esfuerzo para mi. Entonces, esa paciencia infinita, ese alarde de autocontrol, ¿es una exigencia normal?  

 Porque yo, tras esta tarde, me siento como una heroína y no como una madre corriente que hace lo que se espera de ella.

 Y... siendo así, ¿soy entonces una buena madre?

 No lo sé.
 


 

 


 

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