Tener hijos te sube la moral




 El Moreno acaba de plantarse con cara compungida frente a mi, mientras discurro cómo arrancar esta entrada. Lo sentía venir por el pasillo al grito de "¡mamá, nofunsiona!" con un juguete-pesadilla de esos que repiten machaconamente que las libélulas azules son cuatro y las mariquitas verdes cinco, súperemocionante todo.
El juguete está mudo y eso para mi mayor es un problema (para el resto del mundo es un alivio, a la vez que la consecuencia lógica de la mala vida que llevó, el pobre cacharro, desde que pisó Estacasa). Le doy vueltas presionando los botones y nada, y mientras explico "no funciona cariño, no puedo arreglarlo" mi moreno redobla los llantos. De pronto encuentro en el canto del juguete un botoncito nuevo, que casualmente pone on/off (a los que no hayan leído aún la entrada sobre mi analfabetismo tecnológico les invito a ello) y empieza la sonar la fanfarria cual Lázaro pasado de vueltas: ¡mamá obró el milagro!.
La sonrisa del Morenito invadiendo toda su carita guapa, y el brillo de sus ojazos no presagian nada bueno y efectivamente, me planta un beso que impregna mi mejilla de lágrimas y mocos. Me aprieta la nuca con sus manitas calientes, sin compasión alguna por mis machacadas cervicales, y no hay más remedio que agachar la cerviz y sucumbir a su alegría, que el mayor es cariñoso por naturaleza. Y me da igual que inmediatamente empiece la lucha encarnizada por la posesión del cacharro entre el Moreno y el Rubio- quién de repente cobra un súbito interés por el mundo de las libélulas- no importa repito, yo me siento feliz.


 Y no porque viendo a mi Rubio atizar a su hermano con el orinal mientras ninguno de los dos suelta el p..to juguete le augure al pobre trasto una corta vida (que también...), sino porque la felicidad de mis niños es pura medicina para mi. Me sacude de encima todos los males. Sí, son felices, a mamporro limpio por un juguete, una galleta...o si se trata del Rubio a mamporro limpio porque sí, que tampoco necesita más motivos que tener delante una pierna que morder o una mata de pelo por la que tirar muerto de risa, por el simple placer de "ver qué pasa". (Normalmente nada bueno, a no ser que la víctima sea mamá, y eso no siempre es garantía de un final feliz). Aclaro que el orinal jamás cumplió las funciones para las que fue fabricado, ¡pobre iluso!, pero como recipiente multiusos, casco, arma arrojadiza, tambor etc.etc....no tiene precio.
 

 Son felices decía, o eso me gusta pensar, cuando se persiguen a lo loco dejando un rastro de carcajadas por el pasillo, cuando se esconden en el hueco entre el sofá y la pared, o cuando les muestro la comida y me siguen cual ratones tras el flautista de Hamelín al grito de ¡titilla! ¡titilla!
                                                     


La "titilla" es esto, mal pensados...


 Muchas veces los recojo directamente en la guardería tras el trabajo, sin pasar por casa o lo que es lo mismo, sin comer (...decentemente), con el estrés y/o las preocupaciones a cuestas del día. Pero no importa: me ven y vienen disparados, y sus chilliditos de felicidad al verme diluyen todo lo anterior. Entro en modo mamá, me aprieto la cofia, me atuso el delantal y el bucle de paseos-meriendas-recados domésticos con los dos a cuestas me divierte y agota a partes iguales, sin dejar hueco para nada más. 

 ¡Quién me iba a decir que criar a mis hijos sería terapéutico! No hay neura profesional que no borren dos micos de tres años y año y medio en ebullición. Que se quite el pádel, el barquito, el esquí y todo lo demás (...¿la tele?? ¿llevarse el ebook, el móvil, el mando de la tele y el portátil para la cama/sofá y una vez tumbada no hacer más que mirar las pelusas??...)  
 Yyyy... dicho esto... próximamente hablaremos del estrés enooorme que causan los hijos y de ir al trabajo a hacer terapia. Que esa sí que es buena.
 

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