El día que yo fuí feliz




 Ni violines, ni arco iris, ni una maldita florecita. Solo amor, mucho amor. Sobre todo de amor va la entrada de hoy, aviso y amenazo.

 Me siento feliz. E igual que cuando no, escribo post kilométricos y terapéuticos como este, cuando sí no escribo, no siento la necesidad. Es curioso porque se diría que no le doy importancia, que tengo la suerte de estar casi siempre bien y de que la felicidad sea algo cotidiano que hombre, es así. Pero lo que ocurre en realidad es que, como decían Cristina y Los Subterráneos, normalmente soy feliz solo que no me entero. Mientras que cuando no lo soy mi infelicidad ocupa la primera plana. Y no es justo, ni lógico, ni equitativo. Así que hoy me marco un post sobre lo bien que me va en la vida y por favor, por favor, que no me tenga que arrepentir. Meigas fora y todo eso...no vaya a ser.

 Ayer fuí feliz. Y tuve la suerte de ser consciente de ello.

 Mi santo llegó de madrugada de trabajar tras unas veinticuatro horas sin dormir, por cortesía del que organiza los turnos en su trabajo (te queremos matar) Me encontró agonizando de dolor en plena crisis de migraña y ahí se puso, a masajearme, calmarme, escuchar mis quejas, vigilar las mil y una drogas que me había tomado sin éxito. Finalmente el dolor cedió y creo que me dormí antes que él.

 Despierto, miro la hora: son casi las once. ¿Y los niños?? Temiendo lo peor, salgo despacio y en silencio. Luces encendidas a pleno día, y en su habitación un pañal meado hasta arriba y un revoltijo de calzoncillos, indican que se aviaron como bien les pareció. Llego a la sala y los encuentro perfectamente acomodados viendo dibujos y, lo más importante, en silencio total. Tan pequeñitos y tan independientes. Entre el padre y sus horarios locos y la madre y sus taras saben que más les vale espabilarse por su cuenta, y cuanto antes. Desayunamos y tras explicarles el panorama continúan con sus actividades en silencio. Sin peleas, sin los habituales llantos inventados, sin saltos ni carreras. Uno se sienta a dibujar, otro juega con los dinosaurios alineados sobre su edredón (y el cerdo, que no es un dinosaurio pero ejerce). Papá trabajó de noche y no durmió, a mamá le duele la cabeza, y toca hablar bajito y no hacer ruido. Y no se hace.

 Me los como.

 Y así, sin ruído y en armonía juegan mis rorros mientras el papá duerme por fin y yo trajino por la casa a medio gas por si las moscas. Pero parece que tengo la jaqueca bajo control y preparo unas lentejas mientras veo el cielo caerse tras los cristales. Llegó el invierno por fin, no se puede salir de casa por el tiempo y menos aún con los niños, pero como tampoco hay ganas pues ... todo perfecto. Contemplar el espectáculo de la tormenta sobre el mar Cantábrico, desde el mirador de un piso treceavo y protegida por el calor y el olorcillo de la comida es un privilegio. Nos sentamos a comer y escucho un coro de "¡están riquísimas mamá!" que me sabe a gloria. El padre se aprieta un segundo plato - muy ricas cariño - y yo, (que no tengo ni pajolera idea de cocina), siento que igual Chicote debería aprender de mi a hacer las lentejas, poco menos. Todo porque les puse apio, una gran innovación en mi cocina que ríete tú de la chía y la avena de los modernos actuales.

  (Yyy... porque remato los platos con un chorrito de aceite bueno, que tapa cualquier cagada y hace que te chupes los dedos hasta con la birria de mis lentejas).

 Me vengo arriba y recojo la cocina en lugar de tumbarme a la bartola un rato como hago siempre que puedo. Y llega el Morenito con su libro de lectoescritura para practicar las vocales, según indica la nota de la profe. Morenito tiene un prediagnóstico de TEL, Trastorno Específico del Lenguaje, y es oir la palabra lectoescritura y encogérseme el corazón. ...El mío, porque el suyo no puede estar más expandido: le encanta el libro y le encanta la tarea. Tenemos que hacer solo las vocales pero para cuando me leo bien la nota de la profe hemos arrasado con medio libro. Y lo hace fenomenal, sin errores, sin ayuda y lo que es más importante, sin estrés. La mar de feliz. Sé que es una chorradita de tarea, sé que no es leer ni escribir, apenas un rudimento, pero verlo silabear sin confundirse me carga de esperanza. 



 Le obligo a recoger el libro para dejar algo para el domingo (y con la esperanza de poder sestear...) pero está lanzadísimo y quiere jugar a la oca. Es nuestro tercer intento, los dos primeros acabaron como el rosario de la aurora y tengo tantas ganas de ponerme a jugar como de arrancarme las muelas de una en una. O menos. Pero pienso en el cálculo matemático, en las horas que echan en el comedor escolar, en la tele...y hago de tripas corazón. Bajo el tablero sin dejar de jurarme a mi misma que no vuelvo a recoger la mesa de la cocina justo al acabar de comer, ¡primera y última vez!  Y nos ponemos al lío.

 Y juega bien. Respeta el turno, canta el "de oca a oca..." cuando toca, no se enfada si lo adelanto aunque se queda mustio total y lo más guapo de todo: me dice "¡puedes haserlo mamá!" cuando encadeno malas tiradas y me quedo muy atrás. En mi dado no salen más que unos y no pillo una oca ni por equivocación, y me quejo haciendo muchos aspavientos mientras mi heredero se compadece de mi y se troncha, todo a la vez. Gana una vez, gana dos y a la tercera me dice muy serio que me deja ganar.

 -Dime grasias mami- gracias Moreno - de nara mamá, ahora te toca a ti.

  Llega el Rubio y decido echar el cierre porque tanto jaleo con los cubiletes empieza a dejarme el cerebro como una maraca, y no quiero jugármela. Como el papá está despierto nuevamente me tumbo a su lado y hablamos de nuestras movidas inmobiliarias. Estamos pensando en comprar piso, más bien lo estoy pensando yo, que soy la que no quiere seguir de alquiler sine die... Hay un par de pisos que nos gustan, se nos va de presupuesto el tema un horror, hacemos cuentas, comparamos, decimos lo que pensamos...y no pensamos lo mismo pero somos claros, no nos enfadamos, nos escuchamos... Normalmente no es así, nos atacamos y nos tiramos los trastos a la cabeza como haría cualquier pareja normal pero hoy no. Hoy damos mucho asco en general. Y sin dormir, que puntúa doble. Molamos mucho, ¡qué digo!, lo molamos todo.

  
 Así que cuando los nenes reclaman nuevamente mi presencia estoy llena de buenas intenciones. Paz, amor, y el plus pal salón. Y me pongo en modo madre guay. El otro día vi como le pintaban la cara al Rubio en un cumple y me dije ¡coño! ¡eso también lo puedo hacer yo! Así que saqué unas pinturitas y tras visionar unos cuantos tutoriales en youtube me decidí a pintarles en la cara un spiderman y un esqueleto en plan jálogüin ... ¿qué podría salir mal?? 

 Puuuees...nada. Nada de nada, (es mi día feliz, remember). Hice un Rubispiderman y un Moreno-calavera de lo más apañaos. Nunca unas pinturitas hicieron tanto bien una tarde lluviosa de sábado. Ahí se liaron a jugar cada uno en su papel y durante una rato largo no se supo de los nenes. Observo como el Rubio hinca rodilla en tierra y alarga los brazos con las muñecas en dirección a su hermano, "fiiiiuuuusssch", mientras el esqueleto avanza imperturbable con mueca terrorífica y los brazos descuajaringados. Y me doy cuenta de que bordan sus papeles respectivos, sorprendente si pensamos que ninguno sabe por ejemplo atarse los cordones o poner del derecho una manga. Pero saben hacer el esqueleto, cosa utilísima en jálogüin yyy... en jálogüin. Pensando en ello me viene a la cabeza algo que leí sobre que solo aprendemos lo que nos emociona. Lo mismo no va desencaminado, aunque si es así los veo usando zapatos de velcro forever and ever.






 Finalmente limpiamos las caritas y disponemos la cena. Intentamos no hacer jolgorio para no interrumpir las últimas horas de sueño del papá pero se nos va un poco la olla en la cocina, por culpa de mi regalo de cumplesanto: un altavoz que se coloca alrededor del cuello y permite deambular escuchando música. Y encima suena que te cagas. Lo pongo bajito y no cantamos ...pero bailamos, y no sé qué será peor. Cojo al Rubito en brazos para controlarlo, y durante los escasos minutos que aguanto bailando con sus veinte kilazos al colo me sube una ola de ternura. Tiene sueño ya, y mientras esconde su risa en mi cuello se deja abrazar cual saco de patatas calentito y mimoso... Aún es mi bebé, por los pelos pero aún lo es... slipping throug my fingers, all the time que diría ABBA.

 Al rato noto despertarse al bicho que vive en mi cabeza y tomo un antimigrañoso para intentar contenerlo: y a diferencia de la noche pasada lo consigo a la primera. Y me veo solita y sin dolor, dueña y señora de mi casa tras acostar a los niños y despedir al papá quién, nuevamente, trabaja de noche. La sensación de saber que no me dolerá esta vez es genial. La sensación de que todo está bien y en orden es genial. Que los niños son felices, que nosotros también, que estamos bien, que no nos falta de na, es genial.

 Que no sufrimos nada con lo que a la larga no podamos. Que hay contratiempos, pero también hay esperanza. Que lo más importante está en casa, en familia, y lo tenemos. Me siento feliz y agradecida, que es una sensación muy común tras un episodio de migraña pero pienso que en esta ocasión es más que eso. Yo quería una familia y lo conseguí. Tenemos salud, tenemos amor, tenemos dificultades pero son menores que nuestra esperanza. Quiero que el tiempo se detenga en este momento, pero como no es posible intento regodearme en esta sensación al máximo porque sé que no durará. Así que para compensar esos momentos duros que sí cuento, esos en los que me siento a escribir un post del tirón, me obligo a coger el ordenador para escribir sobre la felicidad, sobre las muchas alegrías cotidianas que son la sal de la vida y que, por domésticas y sencillas, pasan desapercibidas. 

 Vamos, que mi día feliz también acabó cuando me dormí, pero a diferencia de Cristina yo tuve suerte y .... sí me di cuenta.


 

Comentarios

  1. Como me he emocionado al leerte, querida Pili.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Queridísima Marieta, si es que en nuestras vidas, por falta de emoción.....ino será! Jajaja. Bicos miles.

      Eliminar

Publicar un comentario

Un blog se nutre de tus comentarios