Cinco cosas que pasaban cuando yo era pequeña y ya no




 Este fin de semana ocurrió lo inesperado: tuve tiempo para mi. ¡Sí amigos! Se obró el milagro. El papá libró sorprendenteme un sábado y los nenes el domingo prefirieron jugar en casa a bajar a la calle, con lo que la mañana del sábado y la tarde del domingo fueron, más o menos, para limpiar el wáter digoo hacer el cambio de armarios digoo limpiar la tele que ya no la podíamos ver de la merdê acumulada digooo ¡joer! ¡para mi!



 En consecuencia, me dediqué a darme lujos asiáticos como ir de tiendas y hablar por teléfono. No guasaps, o mensajes hablados de guasap, no: conversaciones. Largas. Sin interrupciones. Lo p...to más.

 Y otro de los lujos asiáticos que me permití fue estar sola. Y dejar ir la cabeza, sí...lo que se conoce como idas de olla pero sin pasar a la acción, sin salirse de la olla digamos. Sanísimas reflexiones/desbarres, tan necesarios además. Porque vivimos en el ojo del huracán y vamos tan revolucionados que no pensamos si lo que hacemos tiene sentido o no: solo en que tenemos que hacerlo y no llegamos. Y en la crianza hay mucho de eso, mucho estrés por hacer lo que se espera sin analizar por qué se hace.

  Así que puestos a analizar, este finde me dió por comparar mi infancia a la de mis hijos. Lo cierto es que en lo esencial es muy parecida: me crié como ellos pegada a una hermana en un hogar de ciudad con papá y mamá. Pero en muchas cosas no puede ser más diferente. Es lógico porque fuí pequeña hace muchos años, ¡en los 70! ...casi ná. Pero también porque la percepción de la infancia era muy distinta; nos querían claro que sí, pero no éramos los reyes de la casa, ese bien preciado y escaso, fiel reflejo del estatus de sus progenitores y, si me apuras, de la familia más extensa. Nos cuidaban y nos protegían, pero menos de lo que ahora cuidamos y protegemos. Y fruto de ello, en general, los hijos dábamos menos trabajo. O los padres entonces pasaban más de nosotros, como querais. Y para muestra un botón:

 -Me recuerdo con cuatro o cinco años jugando en la calle, con mi hermana y dos vecinitas de nuestra edad y ningún adulto. No había coches porque los bloques de viviendas daban por la parte trasera a un descampado, pero igualmente hoy día sería impensable. Nada nos hubiera impedido ir hacia la calle donde circulaban, aunque no recuerdo tener jamás ninguna tentación de hacerlo. Por no mencionar otros peligros horribles...Pues allí estabamos, felices como perdices mientras mamá nos ojeaba desde la ventana de vez en cuando, y ya. Siempre en la calle. Por entonces la tele, la única que había, ni siquiera emitía todo el día. ¿Cómo se las apañaba mi madre? Pues ¡mucho mejor que yo! ¡P,a la calle y listo! Insisto en que vivíamos en ciudad, en un cuarto piso sin ascensor, ¡como para salir por patas a por nosotras!





 Ahora que soy yo la madre, soy carne de parque día sí, día también. Un híbrido entre suricato y camaleón, por aquello de posar un ojo sobre cada retoño. Un coñazo supino, vamos. Y mis niños, carne de tele.

 -Como era muy mala comedora y vivía "del aire" me ponían el mismo plato veinte veces hasta que lo tomaba. Nada de galletas porque "algo tiene que comer", nada de plan B y ¡por supuesto! nada de chuches. La verdad es que sufrí mucho de pequeña por este tema. Y a propósito, mido casi un metro ochenta, el aire resultó ser de lo más nutritivo.

 Ahora que soy yo la madre estoy de vuelta de todo en el tema "niños que no comen"; y no sufro con ello ni quiero que sufra mi hijo. Lo que sufro es el boicot del papá, que les cocina lo que les gusta. Y de la familia extensa cuando nos vemos que lo surte de patatitas, galletitas, danoninos... "es que si no, no come". Y de los comedores escolares, que a veces es de traca el tema (natillas, cola cao con sobao... ¡ole y ole y ole!). Y en cuanto a mi...de adulta como mucho. Mogollón. Un pozo sin fondo, cachissss

 -En el cole los deberes eran para mi. Y con cinco años no tenía deberes. Ni manualidades. Ni nadie se preocupaba lo más mínimo por desarrollar mi creatividad. Con cuatro años como tiene mi Moreno no sé ni lo que pasaba, ¡apenas iba al cole!.

 Ahora que soy yo la madre empezamos "la vuelta al mundo" del Moreno: tenemos que llenar su maleta de cosas típicas de cada país que "visite "adjuntando una explicación, con la petición expresa de no limitarnos a copiar de la wikipedia. Y asumiendo con semejante apunte que la tarea es para los papás. O conjunta con el vástago, que queda más disimulado. Posvale. Primer país: Japón. Superfácil. ¡Un tren bala! dice el papá, muy motivado. Voto más por calcar una letra de caligrafía oriental de una sudadera de los críos, previa consulta en google para descartar que fuese china, o cacaculopedopis en japonés. Finalmente una compa del trabajo me da la idea perfecta: ¡haremos la bandera de Japón! Un círculo rojo en medio del folio está al alcance del Moreno. Ocurre que al rorro pintar el círculo le toca un pié, él es más de correr a lo loco con un palo, andevaaparar. Como a mi me toca más que a él ahí quedó la cosa. Y me encantan las manualidades pero no hacerlas yo, sino con ellos ¡como muchísimo!. Y puesto que les riño por tropecientasmil cosas al día me niego a pelear también por las tareas del cole desde tan tierna edad. Así que un año más seremos los parias de la clase, como si lo viera...

  -La operación pañal no existía. Llevábamos pañales hasta que dejábamos de ensuciarnos encima. ¡Cero presión! Me recuerdo con pañales, ahí es nada. 

 Ahora que yo soy la madre ...en fin, no quiero aburriros, ya lo conté aquí.

 -Mi comportamiento no era un problema. Y me portaba fatal. LLoraba por todo, me enfadaba contínuamente... era, en palabras de mi madre, más mala que un dolor. Pero no suponía un problema porque fuera de la familia no socializábamos con nadie. Mi vida era mi casa, el cole, la calle y la casa de los abuelos. No había restaurantes en los que montar pollos, ni hoteles por los que escaparse, ni parques abarrotados de niños desconocidos con los que tener altercados...una sosez. Como mucho me peleaba con mi hermana y mis dos amigas. Y sólo intervenía un adulto si la liábamos muy parda. Muy parda, en los 70, era sangre acompañada de lágrimas de verdad, por menos los adultos no movían una pestaña. Recuerdo el guantazo que me calzó una compañerita en parvulitos por reirme de su apellido. Lo recuerdo a cámara lenta, el calor en la mejilla y el descoloque porque no entendía nada, ella tenía un apellido gracioso, ¿acaso no era para reirse?? 

 Así empezó mi aprendizaje sobre como no hacer amigos en el cole, muy útil. Y ningún adulto asomó la nariz, supongo que éramos tropecientosmil niños, fruto del babyboom sesentero, venga a arrearnos los unos a los otros, y las profes ni se enteraron. Porque recuerdo el que me calzaron, que para eso en mis recuerdos mando yo, solo faltaba. Pero los que arreé yo seguro que tampoco fueron poca cosa. Eramos unos salvajes: no compartíamos, nos chivábamos a diestro y siniestro y en lugar de estimular nuestra creatividad nos la capaban todo lo que podían. Plastilina y dibujos sentaditos en clase e íbamos que chutábamos. En casa ni de coña, queponeistodoperdido. Solo con los abuelos me lo consentían todo, todito, todo y en consecuencia, yo era una malva. Y si no lo era me lo disimulaban y listo (todo todito todo, remember)




 Ahora que soy madre hasta la familia cercana socializa en restaurantes, con la consiguiente tensión por el comportamiento de los rorros. Las casas son pequeñas, la familia está dispersa por varias ciudades y al cansancio del viaje se une el trote por cafeterías y restaurantes. También nos vamos de vacaciones con los niños y quedamos a veces con otros adultos. Esto, con cuatro años, yo no lo recuerdo. Como tampoco veo ahora sopapos como el que me arrearon a mi. En cuanto un nene empuja a otro en el parque saltamos raudas ambas madres (a veces padres) a decir que no se pega, que no se empuja, que hay que guardar el turno, que hay que compartir...y tantas cosas que decimos a los niños aún a sabiendas de que no se enteran. Porque realmente van destinadas al padre del otro niño. Sí, es así y yo también lo hago.

 No digo que antes se hiciese mejor, en el tema de la comida desde luego no, pero lo que está claro es que se estresaban menos. Así que este finde decidí, en línea con mi actual perfil bajo en general, exigirme menos. Dejarme flojita vaya, ejercer de malamadre total. Que no pasa nada si cenan otra vez leche con galletas, o no bajamos un día al parque, o se zurran de lo lindo como dos minimatones. Don,t worry be happy, conmigo no se estresaron tanto ¡y tan poco salí tan mal!





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