Un viaje en autobús

No es un bus, pero hace el apaño. Además también va "petao"


 Cogemos el autobús a diario, para ir y venir al cole y también para otros desplazamientos. Quiero decir con ello que no es un medio desconocido para nosotros, y que llendo como vamos con el Rubio en el carrito y el Moreno por libre nos manejamos con cierta soltura. Al Rubio le resulta indiferente pero al Moreno por lo general le gusta, y salvo algún que otro viaje accidentado lo habitual es que el trayecto transcurra con calma. Lo habitual...hasta hace dos días.


  Anteayer se armó el belén en el autobús. El Moreno exigía un objeto de mi bolso que me negué a darle y la escalada en empujones y decibelios de su rabieta fue en aumento. Nos quedaban además varias paradas por delante y el autobús iba abarrotado, a cinco grados en el exterior y a cincuenta dentro. Es una situación que no me altera: llevo más de tres años lidiando con un rebelde y dos lidiando con un rebelde y medio; y puesto que yo también fuí de armas tomar se puede decir que las rabietas son de la familia. Tengo la convicción de que prestar atención en esos momentos es contraproducente y salvo que se jueguen el físico la madre desaparece, si no puede físicamente sí al menos "de espíritu". E insisto, lo llevo bastante bien. Para mi la educación de mis hijos está por encima de todo, o casi, y cosas como "montar el espectáculo" y demás me traen bastante sin cuidado. Pero tras lo ocurrido confieso que esta postura mía la empiezo a cuestionar.

 Cuando el Moreno llevaba un buen rato de gritos el personal comenzó a intervenir, una señora con aspecto latinoamericano sugirió un buen tirón de pelo, una mamá que viajaba a mi lado con un bebé de un mes me sonreía mientras comenta "¡lo que me espera!", otra sonreía también diciendo "¡menudo barítono!" mientras una última para mi sorpresa se encaró con el niño desde varios asientos atrás diciendo algo así como "¡qué mal te estás portando! ¡menudo niño!" Confieso que ahí me quedé cortada; me pareció fuerte, pero continué sin torcer el gesto y sin decir nada en la esperanza de que el personal se diese cuenta de que cada vez que el Moreno era interpelado redoblaba sus gritos. 

 Pero lo peor estaba por llegar; de pronto una señora sentada frente a la mujer que sugiriera un tirón de pelo se dirige a esta para ponerme...de vuelta y media, supongo, porque conmigo directamente no habló. A mis estupefactas orejas llegaron cosas como que "todo el autobús no tiene que soportar media hora de gritos" y "que se baje y coja un taxi". Inmediatamente salen voces en mi defensa del tipo "el taxi cójalo usted" ...pero tampoco cantemos victoria, muchas iban acompañadas de un "que bastante mal lo está pasando ella, la pobre..." Vamos, casi peor el remedio que la enfermedad, porque yo me estaba limitando a no atender a la tremenda pataleta de mi Moreno y listo. Miro para la buena mujer que continúa iracunda mascullando entre dientes para intentar que me mire y disculparme por molestarla, cosa que por cierto no hace, y a la vez recupero de mi bolso el objeto de deseo del Moreno, quien congestionado y nervioso se abraza a él y a mi. Y se calla. Pero el debate estaba lanzado, cuesta abajo y sin frenos "ahora te callas eh!" "no tenías que habérselo dado" y un sincerísimo "¡por finnn!" seguido de tremendo suspiro que me hizo sonreir. También me gustó una chica que al bajarse me dijo algo así como "todas las madres pasamos por esto, no hagas caso" y un señor que le dió al Moreno un avioncito de papel. 

 Este fue el único hombre de todos los varones del autobús que intervino en el asunto, fue lo primero que me vino a la cabeza cuando empecé a darle vueltas a lo ocurrido. Soy una firme defensora de mi sexo y en general prefiero a las mujeres que a los hombres para casi todo (insisto, casi todo), pero tenemos cosas que aprender de ellos y esta fue una ocasión ideal para hacerlo. Por lo demás, la mujer que se encaró con el Moreno para soltar la perla de "¡menudo niño!", que me dolió en el alma, se bajó con nosotros y visto que encajábamos con elegancia las críticas continuó dirigiéndose al nene y afeándole la conducta. 

 Iba a intervenir porque confieso que me hervía la sangre ya, y que la voluntariosa mujer estaba muy perdida pues todo su discurso era "vaya vergüenza le has hecho pasar a mamá (¿?)" "mira la que se montó en el autobús por tu culpa", cuando la actitud avergonzada del Moreno me hizo entender que la reprimenda de aquella mujer desconocida le hacía más efecto que mil broncas mías. Mi Moreno querido bajaba la cabeza mientras el objeto de sus amores pendía de una mano lacia medio escondida tras el culete: el nene sabía que se había portado mal, todo su lenguaje corporal lo decía. 

 Finalmente explico a la señora que no pasé vergüenza ninguna, y que el niño tenía a quién salir porque su "sufridora" madre de pequeña fue igual o peor, y nos despedimos amigablemente. Luego me agacho frente a mi mayor, abro mi bolso y le pido que meta el objeto dentro, lo que hace llorando a lágrima viva pero sin hablar y sin rechistar. Lo abrazo, lo felicito y le seco las lágrimas, nos damos muchos besos y de la manita nos vamos a comprar un cuento por haber devuelto el chisme al bolso sin protestar. Ojiplática marcho orgullosa con mi minidemonio de la manita y empiezo a darle vueltas a lo ocurrido con un cúmulo de emociones en el estómago: cabreo, incredulidad, culpa, alegría por la última reacción del Moreno...y finalmente la culpa esprinta y llega la primera a meta. Soy una talibana de la educación. Con un autobús atestado de gente tendría que haber cedido y evitar el pollo, supongo. En mi descargo diré que no se me pasaba por la cabeza que personas adultas no pudiesen tolerar los chillidos de un niño. Hasta entonces pensaba que todos sabemos cómo es un niño de esa edad, qué es una rabieta, cómo debe actuarse ante ella, y que todos tenemos que ceder y entender. No se me ocurriría jamás recriminar a un padre en una situación semejante a la nuestra, pero también entiendo que mi opinión es una más y que no me va a salir delincuente porque ceda en ocasiones así. Que no todo el mundo sabe de niños ni tiene por qué, y que hay que ser flexible y tener en cuenta a los demás. Independientemente de los malos modos de la señora, que los tenía, el mensaje de fondo estaba claro y aunque no lo comparta mi obligación es tenerlo en cuenta. Vamos, que si me veo en otra igual actuaré de forma diferente y no por vergüenza, sino por la paz mundial.

 El día transcurrió sin más incidencias, salvo que a la vuelta el Moreno, pobre, no quería subir en autobús. "Autobús no, mamá" era su nuevo mantra. Por suerte hubo ocasión de correr para alcanzarlo y al grito de "corre Morenito! que se escapa el autobús!" se le olvidaron todos los males y con la satisfacción de la carrera tuvimos un viaje de vuelta tranquilo y placentero como solían ser.

 Solo me queda resolver los dos enigmas que a estas alturas del relato os corroen por dentro, que lo sé yo. El primero es el objeto de deseo del Moreno: un desodorante roll on. Siempre le dejé jugar con él porque está medio seco pero tuvo un sarpullido en la cara recientemente y sospechamos del dichoso bote. Ese era el primer día que me lo pedía y no se lo dejaba, por eso se puso tan furioso, no entendía por qué no.

 Y el segundo...¿y el Rubio? ¿que hacía el Rubio enmedio de tooooodo el fregao??? ...Pues dormir en el carrito a pierna suelta, con sus santos jones.


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