Vivo cantando IV: ¡el primer concierto de mis rorros!




 Gijón, navidades de 2018. Dos pequeños coralistas de tan solo 5 y 4 años se disponen a perpetrar su primer concierto. Que el "grande" esté convaleciente de su operación de vegetaciones y que al peque no se le entienda no es óbice: ¡música o barbarie!, es el lema de Esta Casa. Y lo aplicamos a dolor.

 Como os contaba en esta entrada finalmente matriculamos a los nenes en la escuela de música este año. Vamos a la logopeda los lunes y miércoles y a música martes y jueves, porque lo nuestro es andar a carreras y tener tiempo libre nos estresa. Y porque from lost to the river, y olé.

 Y puesto que ninguno de ellos es capaz (o tiene el más mínimo interés...) de contarnos lo que hacen en las clases de música, el contenido del concierto navideño es un misterio: algo de un osito, algo de un fantasma y fuera. Tras tres meses no sacamos más...Llega el correo con las instrucciones para los ensayos previos y para el día "D" y con él el acojone, porque vemos que el tema va en serio y que la escuela se lo curra de lo lindo: cómo entrar, cómo salir, la colocación, el atrezzo, lo que tienen que hacer, lo que tenemos que evitar ... la releche. No es una función con los compañeritos de clase: ¡esto va en serio!

 Y por fin llega el día del concierto. Monérrimos de la muerte con su ropita de cantar, me estreso pensando en que la camisita blanca debería continuar siendo blanca hasta el concierto al menos. Parece fácil pero no: un trozo de chocolate, una caída, un salto en un charco y a la mierda (nunca mejor dicho). Esa manita que recorre una pared o limpia un coche mientras tú lo llevas de la otra en la ilusión de que va "controlado"... ese palo que recoge del jardín justo por el lado que más barro tiene...¿Qué? ¿A que no caíais en eso? ¿A que parecía una exagerada? ¡Ja! Pues bien, multiplicad la vigilancia por dos y teneis mi recorrido hasta el auditorio. Una madre nunca abandona el modo suricato, por la cuenta que le trae.

 Llegamos al auditorio sin novedad y sin olvidarnos del tocado de la cabeza: una diadema con un fantasmita. Llevo unas horquillas para sujetarlo mejor y no la goma que nos habían sugerido porque soy una malamadre de manual. Yyyy...

 ...Me dicen que no vale porque se lo tienen que poner y quitar ellos solitos en el escenario. Microinfarto.

 ...(Olvidé mencionar que cuando se los dieron a la salida de la clase los tuvimos que requisar, porque ni la diadema ni el fantasmita llegaban vivos a casa)

 También les ponen unos lazos a modo de pajarita con la intención de que permanezcan en sus cuellos hasta el final. No pasa ni medio segundo y me viene el Rubio con el lazo en la mano - "maaami ¿me lo "reclas"?. El del Moreno, por supuesto, lo recogí del suelo poco después. Los engancho como puedo y al rato veo que el Moreno parece que llevase una barba postiza pero continúa colgado, ¡misión cumplida!. Se abre la puerta y ¡hala todos para adentro!: empieza el ensayo general.



 Para mi sorpresa los nenes, alguno más chiquito que el Rubio, cumplen las instrucciones de la profe con una disciplina admirable. En silencio, obedientes y sin asustarse ante la agitación que los rodea, hacen la fila al lado del escenario y esperan pacientemente su turno. Arrimaditos a la pared están para comérselos: una se baja el tutú a los pies, otro se saca los zapatos, ninguno se está quieto pero apenas hacen ruído: la profe los silencia y los contiene, y ellos obedecen. El tiempo pasa y para que no se descontrolen los sientan en el suelo: unos doce niños pequeños obedecen los susurros y gestos de su profesora:  Las madres nos miramos y flipamos: es magia. 

 Y hablamos entre nosotras. Quien más quién menos viene acongojada por lo que pueda salir de ahí, poca fe en nuestros artistas tenemos. Todos preocupados por lo mismo: que no se asusten, que no alboroten, que no se quieran bajar, que no correteen, que no se hurgen la nariz, que no vuelen los lazos ni los fantasmitas...¡Menos por que canten!  Este es el nivel de exigencia dadas las edades de los pollos. 

 Pero estoy contenta porque tengo un escenario a dos pasos, veo el movimiento, los nervios, las pruebas de sonido, los instrumentos...y sobre todo veo a mis niños tranquilos, pendientes de lo que pasa pero relajados y me siento genial. Respiro hondo y disfruto, me traslado a mis años mozos y noto ...no sé, la sangre correr por mis venas, aún en una función de niños. Ojalá ellos lo disfruten como yo, aunque hoy por hoy me conformo con que no se asusten. Y no lo hacen.

  Por fin llega su turno y suben al escenario. En orden, sin tropiezos, todos los nenes ocupan sus posiciones en dos hileras, posan los fantasmitas en la tarima y ... ¡comienzan a cantar!. 

 Es la historia de un osito, que se levanta y le van pasando cosas. Los nenes escenifican la letra con gestos, siguiendo a su profe quien en un lateral y de espaldas al público canta con ellos. El Rubio y alguno más se dispersan pero en general todos cantan y siguen la "coreo" sin problemas. Como si todos los días se subieran a un escenario a cantar frente a un micro y a una tropa de desconocidos. Alucino. Terminamos con el osito y continuamos con "El fantasma Manolín", momento en el que se colocan y se tiran el tocado en la cabeza. Vemos diademas en modo tiara y en modo fonendo, pero tras unos cuantos retoques por parte de la profe y/o el vecino de fila quedan todos divinos de la muerte. Suena el piano, baten palmas y se arrancan con la canción.



 Y me meo, porque mientras a uno se le cae la diadema con el cabeceo veo al otro obnubilado por el adorno navideño del pie de micro (y pasando sobremanera de la actuación...) Todo ello sin deshacer las filas ni perder el hilo, hay que reconocérselo. Por fin el Moreno resuelve sus problemas con el fantasmita y el Rubio opta por volver a la Tierra. Y cantan y dan palmas. Me los como

 Bajan del escenario y llega el peor rato pues mientras el resto de alumnos muestran sus habilidades con los instrumentos, los pequeños deben permanecer en el auditorio lo más quietos y silenciosos posible. Los más se remueven inquietos, los menos juegan en silencio y alguno se duerme, pero todos aguantan el tirón hasta el colofón del concierto, en el que vuelven a subir al escenario armados con triángulos y panderetas para la traca final. Y nuevamente termina la actuación sin heridos que lamentar. Alucinante. Si no lo veo no lo creo.

 Ya de vuelta en casa regresan al modo Chucky habitual: rabietas, peleas, etc. Pero hemos superado la prueba del concierto y lo demás me la sopla. Se han portado de maravilla en la actuación así que en casa por mi como si se matan, que bastante lío tengo viendo los vídeos del evento en bucle y torturando con ellos a la familia que para eso está.


 Que la música amansa a mis fieras es un hecho. Y que los conciertos son mi ecosistema natural, también. Y no me entretengais más, que tengo que hacer zoom en cada fotograma sobre la carita de mis artistas mientras supuro amor de madre por los poros.

 Y ...son unos cuantos, que la profe es tan "pro" que nos hizo grupo guasap a los papis para compartir material...

 No te digo más...
 Mátame camión... 




  


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