Una noche fantástica en el Teatro Campoamor

Primer acto de Andrea Chenier, la fiesta en el palacio de la condesa.


 El Campoamor es el teatro más importante de Oviedo, un edificio independiente en el centro de la ciudad, que echa el resto con los premios Princesa de Asturias pero que todo el año tiene "saraos" varios. 

 Ahora mismo estamos con la temporada de ópera. Trabajo muy cerca y desde días atrás veía, sonriendo, los grupos de gente en la entrada de camerinos, los camiones, y los letreros anunciando la programación. Y sonreía sobre todo porque estos días se representa la ópera Andrea Chenier, que para mi es la más especial de todas. Lo es porque la primera vez que participé en un coro de ópera fue justamente cantando Andrea Chenier, en Coruña, en una producción modesta de los Amigos de la Opera de allá; antes de la Orquesta Sinfónica de Galicia y su Coro, antes del Palacio de la Opera de A Coruña, antes del Festival Mozart...antes de todo.



 Tiempo atrás, un alma caritativa sabedora de mis debilidades (y con buenos contactos musicales), me invitó al estreno general de L,elisir d,Amore. No pude ir, con gran pesar por mi parte, pero mi samaritana no cejó y un buen día, entre préstamos y seguros de vida, me cuenta que tiene invitaciones para otro ensayo general. Miro el cuadrante de mi santo y ¡eureka!, ese día libra, ¡puedo ir!.

 -¡Ay qué bien! ¡con las ganas que tengo de ver el Campoamor por dentro!- y de pronto caigo en que llevo días viendo letreros de Andrea Chenier...pregunto - ¿qué ópera veremos?

 -No es muy conocida- dice mi nueva mejor amiga desde ese mismitico instante- pero me cuentan que está muy bien, se llama Andrea Chenier y ...

 ¡¡Plaff!! - se oye mi mandíbula contra el suelo. ¡Andrea Chenier! ¡después de veinticinco años! ¡la vuelvo a ver!, ¡en una producción "de verdad", ¡¡y en el Campoamor!! 

 ¡Casi me da un p,arraque! Entendedme, a mi la ópera en general ni fu ni fa. Me gustan mucho, muchísimo, partes concretas, los greatest hits que todos conocemos y alguna cosa un poco más rarita, pero poco más. Lo que me gusta de verdad de la ópera es cantarla, participar en ella. Y las que me gustan son aquellas cuatro o cinco, no más, que canté yo. Esas me chiflan. 

Segundo acto de Andrea Chenier en el Campoamor, temporada 2017-2018. Fotos de la Opera de Oviedo


 Y Andrea Chenier fue la primera. La pri-me-ra. Mis primeros "disfraces", mis primeras sesiones de maquillaje para teatro, de sastrería, de peluquería...Los primeros ensayos de escena. Por no hablar del tema coral, que es radicalmente distinto: no tienes al director delante. Está lejos, en un foso, y no es tu director: es un perfecto desconocido que farfulla en arameo italiano cositas que no molan nada. Además hay otro director, también desconocido y también extranjero, que se empeña en separarte de la manada coral para que te muevas y llenes el escenario con tus nulas dotes de actriz. Andrea Chenier está ambientada en la Revolución Francesa, empieza en sus prolegómenos y continúa en pleno Terror. En consecuencia, durante el primer acto hago de aristócrata y simulo un baile cortesano; en el segundo, ya aupado Robespierre al poder, hago de prostituta y menos mal que no tengo que simular nada...Cuando tienes pillada la reverencia y el toque de abanico, o el puño en alto mientras pides cabezas resulta que no estás cantando un pijo, porque perdiste la concentración. Vamos, que se te acumula el trabajo. Y tienes que considerar variables como el atrezzo, la posición respecto a los focos, la distancia con el resto de personajes que deambulan por ahí, escuchar los monitores, vigilar al director de orquesta...un no parar. Pero sí, efectivamente, estais en lo cierto, no se me ocurre nada más divertido que participar en una ópera. Nada. Y si encima te gusta la Historia, como a mi, Andrea Chenier es lo más de lo más.

 También es cierto que todo resulta intensito de cojones narices. Para empezar, no ves un duro, al menos el coro no, (salvo honrosas excepciones y alguna dieta que otra) con lo que la exigencia es profesional (o semi) pero la contraprestación es el amor al arte puro y duro. ¿Qué significa?: que tienes que sacrificar vida familiar, ocio etc y si me apuras, trabajo. Vives por y para los ensayos, y más ensayos, y muchiiiiísimo tiempo muerto, y pruebas de vestuario y peluquería, y acústica, yyy ¡más ensayos!... Y como encima no cobras eres el último mono, hasta los técnicos protestan porque te sentaste en un "cajón", que resultó ser un rollo carísimo e imprescindible para la vida tal y como la conocemos. En medio de voces prodigiosas, figurantes que cobran por horas y a los que no les falta detalle, y músicos de relumbrón que no hablan tu idioma vas por ahí, acomplejada, intentando cantar medio bien sin pisar ningún cable y sin que se te caiga la peluca.  

 Y eso que el personal de maquillaje y sastrería se merece un monumento. Tienen pongamos doce trajes de marquesas de tallas "variadas": este es más largo, este es más corto, y poco más. Y aparezco yo, mismamente, con mi casi metro ochenta y mi 41 de pie. Que el traje de marquesa más largo me daba por media pierna y lo único del 41 que tenían eran unas manoletinas negras de hombre. Y la peluca que me servía era justamente la más alta, ¡vaya a ser que no se me viera lo suficiente!. 

 Para compensar, el traje de merveilleuse del segundo acto tenía que recogerlo porque lo pisaba, añadiendo gracia y donaire a mis andares de seductora de jacobinos cotrosos - ¡Con glamour per favore, con glamour!- pedía entre dientes el director de escena, con su atuendo a la última y su novio músico, intentando averiguar qué mal rollo kármico nos interpuso en su camino. Porque por entonces (y en mi caso, sigo igual) éramos lozanos por nuestra juventud, pero ni maquillajes, ni moda, ni atisbo de coquetería. Los figurantes llevan otro rollo, y los bailarines no digamos, que en el teatro como en todo también hay castas: bien maquilladas ellas, peinaditos, derechitos, sonrisa puesta, gente guay. Los coralistas no, lo nuestro es pegar gritos y reirnos mucho: somos gordos, huesudos, largos, enanos, etc. Y si alguno salió guapo es fácil de solucionar, que para eso tenemos veinte años: se rapa la cabeza, o se tiñe de verde, de guinda un piercing ¡y arreglado!. Y éramos felices. Muuuuy felices. Dice el refrán que el que canta su mal espanta y es una gran verdad.



 Volviendo a la noche del Campoamor, fue un paréntesis inesperado y maravilloso en medio de la rutina de niños y trabajo, trabajo y niños. Me presentaron a las personas que tuvieron la amabilidad de facilitarnos las invitaciones, y por ellos conocimos los detalles de esta producción en concreto, como el elenco, de primer nivel. Un privilegio. Una vez en el palco, nada más sonar los primeros acordes todo me vino a la memoria y empecé a sorber mocos. Retrocedí a mis veintipocos en cero coma, haciendo que el crescendo de la orquesta instantes antes de la entrada del coro en el primer acto casi me cause un infarto, exactamente igual que entonces. Lloré emocionada durante casi toda la representación, cortándome con mis comentarios lo justito para no darle la ópera a mi amiga -"¡mira! ¡ahora vamos a salir nosotros!"-"¡ahora es cuando cantamos el pastorelle addio!"- "¡ahora la carmagnole!"- "creo que es ahora cuando canta la mamma morta!- "sooon la vecchia Maaaadeloon..." Buenoo...igual un poquito por saco sí que di...Menos mal de lo que tiene de guapa lo tiene de buena y me lo perdona todo, y esto lo digo de corazón y no porque me lea, noonoono que diría Amy. Ni porque me vaya a invitar a más saraos, ¡qué va! 

  
 Ni la tos persistente que empezó justo esa noche y aún arrastro, ni la migraña que me acompañaba esos días me fastidiaron la noche. La jaqueca cedió bien con mis pastis habituales y la tos la combatí con caramelos del bar del teatro. Caramelitos del Campoamor, de cuando fui a ver Andrea Chenier...mi intención era atesorarlos para siempre jamás pero mi Moreno tenía otros planes. El barítono que interpretaba a Gerard, Carlos Alvarez, estaba acatarrado y contuvo la voz (a esto se le llama marcar, y en los ensayos está permitido). Pero Ainoha Arteta, que hacía de Magdalena, estuvo estupenda. No sabría decir si contuvo algo su voz, diría que sí, pero cantó y la contención, si la hubo, hizo que sonara delicada y estupenda. Me gustó mucho. Cuando acabó todo tenía ganas de bailar y cantar.


Yo, al salir del teatro

 Y de tomarme unas copas, desde luego. Que por la jaqueca se quedaron en cerveza sin, pero hizo el apaño. Cenamos, charlamos, y nos reímos comentando la jugada y otras vicisitudes de nuestra sufrida vida diaria, que siempre resulta ameno y divertido despellejar comentar, ¡si es que no sé de qué nos quejamos!. Una vez quedó el mundo arreglado y la voz se me fue a base de toser, hablar y reir, decidimos que era ya muy tarde para un día entre semana. Y nos recogimos cual madres trabajadoras afónicas sensatas, no sin antes prometernos por nuestra vida repetir en cuanto fuera posible. 

 ¡Espero que sea pronto! Porque son estos planazos estupendos de música, cena y amigas los que hacen que me sienta como en Coruña. O sea, como en casa.


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