Como niños, o peor



 En el trabajo, justo después de comer, se escucha el silencio roto únicamente por conversaciones breves con clientes y el tacatacatá de unos dedos rápidos sobre el teclado. Con el sopor de la comida me cuesta mantener la concentración sobre las pantallas y los ojos me pican, impidiéndome comprobar si la razón de no avanzar en la simulación del ordenador es un error en algún parámetro o que nuevamente se quedó colgado, cuestión importante porque es urgente enviar la propuesta a su destinatario (como siempre...)



 Y en esto, en medio del tedio de la sobremesa y el estrés por la pantalla que no avanza, a nuestras espaldas se oye un golpe seco y una voz femenina que exclama sorprendida: "¡Ay!, ¡que se me caen las ciruelas!" 

 Del grupo, mujeres adultas, profesionales y sesudas a más no poder comienzan a elevarse unas risillas que, espoleadas por comentarios del tipo "¡chica, sujétalas bien...!" "¡ojito con las ciruelas...!" "...a mi se me cayeron hace años y ahí siguen, en el suelo..." etc.etc. acaban siendo carcajadas. Y así nos tiramos un rato, desbarrando, mientras el único varón presente también se descojona.

  Al rato volvemos al tajo como si fuéramos gente seria y normal, disimulando nuestras ganas de cachondeo aporreando teclados y conversando con clientes. Los que no hablan por teléfono, mantienen el silencio necesario para no estorbar las llamadas y permitir la concentración de todos en nuestras respectivas tareas: revisar listados de descubiertos, preparar propuestas de inversión, analizar préstamos, tramitar gestiones varias, responder correos etc.etc.etc. Súperemocionante todo. Y esto, como digo, justo después de comer y sin café. Si es que se veía venir...

 Dos compañeras mantenían por lo bajo una charla sobre las bondades de tal o cual jefe. En un momento dado, una de ellas suelta: "la verdad es que fuí afortunada, todos los que tuve por encima se portaron siempre muy bien conmigo"

 Pausa...silencio preñado...

 Y explosión. Risas incontenibles. Lágrimas y dolor de costillas. Algún ¡chist! ¡chist! en un esfuerzo inútil para no molestar a los que hablaban por teléfono. Y felicitaciones muy efusivas a la afortunada por parte de todas las féminas presentes, mientras nuestro único hombre se reía hasta la congestión.  

 Y así todos los días, o casi. ¡Ayyy, si no fuera por estos ratos!

   




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