En el parque Isabel la Católica de Gijón


 Mañanita de sábado. Por obra y gracia del exceso de mocos y toses que pulularon por Estacasa son las ocho y aún duermen los nenes, cansados tras varias noches "reguleras". Lo cierto es que los microbios aún pululan, convidados por el padre de las criaturas esta vez pero él, pobre, poco cuenta. Abro un ojo incrédula ante lo que observo y me convenzo de que sí, que efectívamente...¡no se oye nada!. Y cierro el ojo rápido, no sea que se me escuche pestañear y la cague. Al rato la curiosidad me puede y vuelvo a abrirlo: hay luz a raudales colándose por todos lados y sin embargo el silencio sigue ahí, ¡es mágico!. Estoy por levantarme, mosqueada ya con tanta tranquilidad, pero entonces escucho abrir puertas y las pisadas de mis trotones, y mis ganas de levantarme se desvanecen con la misma velocidad a la que llegaron. Rezo para que el papá se haga cargo y efectívamente, se levanta él; debía estar tan mosqueado como yo con tanta paz raruna en Estacasa. Se van para "dejarme dormir" y ahí me quedo bajo el edredón, sintiéndome un poco culpable como si que trabajen otros fuese un delito. Las cabezas maternas, que están fatal.



 Desayunando decido llevármelos al parque. Me apetece lo mismito que arrancarme las muelas una a una pero ellos necesitan salir. Además el rato extra en la cama me puso de buen humor. También ver al Morenito recoger su cama y colaborar con las tareas mañaneras; no siempre se comportan como destroyers y, a veces, veo brotes verdes: "dobló" su ropa, se vistió y se puso incluso los calcetines...del revés, pero se los puso. Un embeleso. Y una pista de lo que le mola a mi mayor el parque. Pero no cualquier parque: el parque de Isabel la Católica, más conocido en Estacasa como el parque de los "páfaros" o, simplemente, EL parque. Proponer una visita al parque es un éxito seguro. Y una motivación extra para que desayune, recoja, se vista, etc.etc. El Moreno de repente es una malva, porque vamos a ver a los páfaros y eso no tiene rival. ¡Menga! ¡mamos! - nos espolea la criatura a mi y a su hermano, más remolón para todo. O mejor dicho, más negativo, porque para el Rubio todo es "no". Está en esa fase, tan famosa por otra parte, la fase de la negatividad, del no a todas horas, y además de verdad:"¿quieres desayunar?-no" "¿para ir a la calle?-no" "¡¿para ir al parque?!-no"  "¿No quieres ir a la calle?-no" "¿Prefieres quedarte en casa?-no" "¿Lloras por que te visto?-no" "¿Te quieres vestir entonces?-no" "¿Te vuelvo a poner el pijama?-no" "¿Quieres que me pegue un tiro?-no"

...Menos mal.

 Total que servidora, el Moreno y el Doctor No cogemos el bus y en un santiamén nos plantamos en el parque. Aquí el Moreno sale disparado por entre los árboles y la malignidad se apodera de mi persona mientras le pregunto al Rubio si quiere bajarse (va en la silla), a lo que el cabezota responde pataleando y arrancándose las tiras que lo amarran...sin que ni un mísero "sí" salga de su boca. Pero tampoco un "no", me digo triunfal. El parque es mucho parque, está clarísimo.



   Ya están los dos hermanitos a sus anchas, corriendo alborozados a la caza de "tesoros", palos para el Moreno y margaritas para el Rubio. Por unos instantes me parece estar de vuelta en Coruña, en el paseo marítimo de la ría del Burgo, con mis peques a la caza de exactamente las mismas cosas. Lo cierto es que llevan haciendo esto toda su corta vida y, teniendo en cuenta que son niños de ciudad o casi, es un privilegio. "Toma Dubio, para ti" dice mi Moreno, mientras alarga generosamente el palitroque más birria de todos los que lleva atesorados en sus ya mugrientas manos. Mi Rubio duda, porque tiene que soltar las margaritas espachurradas. Palomierda frente a florespochas, si es que no es tan fácil. Finalmente coge el palito ajjqueroso y echan a correr felices. Pobres margaritas...
 La mañana transcurre entre los más variopintos placeres: columpios, camas elásticas, troncos enormes y vacíos en cuyo interior se me pierden varias veces ... yo alterno entre la satisfacción de oirlos reir y jugar juntos y el acojone de ver peligros por todos lados. Imagino que en los prados por los que se arrastran y la arena en la que se rebozan anidan los huevitos de todo tipo de parásitos microscópicos que los infectarán terriblemente. Y en cuanto pierdo alguno de vista imagino otros terrores mucho más reales y espeluznantes en los que prefiero no pensar y tampoco quiero escribir, como si así no existieran. Pero hemos venido temprano y apenas hay visitantes, con lo que la vigilancia es más fácil. Así que elijo sobreponerme a mi eterno pánico de madre y disfrutar de mis hijos. De sus juegos y de su alegría silvestre. Vamos pasando de los árboles a la zona de juegos infantiles, de ahí a ver los "páfaros" y entre ellos al rey de reyes: el pavo real, que en este parque son más royal que en ningún sitio, majestuosos. Además pasean también fuera del recinto enrejado con lo que los chillidos de mis nenes, mezcla de emoción y canguelo total, se oyen por todo Gijón: "¡¡mía mía mamá! ¡mía pavo!!" avisa el Morenito, excitado, mientras su hermano saluda al royal- "hoooola"- y dos segundo después pone pies en polvorosa en dirección a mamá. La providencial aparición de algún ave fuera del recinto es justo la única oportunidad que tengo de cazar a mis trotones sin perder el resuello (y la dignidad, y el buenrrollito...) porque una vez en el parque son visto y no visto. Aprovecho para sonar mocos, vaciar zapatos de arena y piedras, inspeccionar manos y bolsillo (lo que me dejan) y en general todo aquello que me de tiempo a revisar antes de que se zafen de mi nuevamente, cosa que ocurre con extrema rapidez, por supuesto. Para continuar de nuevo la aventura, en esta ocasión en los jardines-laberinto que hay justo detrás de las jaulas de aves.




 Esto es ya el paraíso de mis nenes, porque son de la altura de los setos y los huecos de vegetación por los que se cuelan no son para adultos. Dentro del laberinto se sienten una república independiente, a salvo de mamá y de normas. Allí el mando del Moreno es total...siempre y cuando el Rubio no pase ampliamente de sus órdenes, lo que suele ocurrir con harta frecuencia, justo es reconocerlo. Pero mi mayor, inasequible al desaliento, no se rinde y los "¡por ahí noooo! ¡por aquí!" "¡Dubio men!", "Dubio vete" "¡Ame eso, e mío!" "coge eto" "men aquí" y demás órdenes se suceden a la velocidad del rayo. Lo que me hace verme como en un espejo que me divierte y mosquea a partes casi iguales. Casi digo, porque sobre todo me divierte. Y ellos se divierten mucho más. Tanto es así que tras dos horas de correteo asalvajao me cuesta un mundo sacarlos del suyo, digo del parque. Un camión para cada uno, un plátano y tapones para mis oídos y aún así lo consigo solo a base de amarrar a Pequeño NoNo al carro y arrastrar al Moreno de la mano. Es im-po-si-ble conseguir que se marchen del parque voluntariamente. 

 Pienso que a los nenes en general, hoy día, les falta mucho de lo que nosotros tuvimos en nuestra infancia. Les falta calle. Sé que ahora les llevamos las piñas a clase, limpias y en cajas, pero está claro queeee... no es lo mismo.

 

 

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